No le gusta que lo llamen por su nombre… y sin embargo me dice Laura… Le gusta el Cabernet Souvignon y las comidas con pimienta negra. Escucha Orishias con las mismas ganas que Die Arzte y baila a la perfección. Es alemán. Sonríe y la hilera de dientes me asombra… pero vive serio. Admiro su belleza y su carisma… él admira mi inteligencia y mi imaginación. Me habla con la mirada y le respondo con los gestos. Lo acaricio cuando está distraído y lo veo dormir. Me besa el cuello cuando cocino y me exprime las naranjas para el jugo. El sexo con él es bueno… sabe darte eso que hace que no quiera buscar afuera lo que me ofrece adentro de las cuatro paredes de la habitación. Somos el uno para el otro y sin embargo, no nos amamos.
Él necesitaba la visa… si, si como en las películas. Yo necesitaba no envejecer sola. Le dije si a cambio de un hijo, que nunca que llegó, porque las vueltas de la vida no siempre hacen lo que nosotros queremos. Ya vamos para 8 años juntos. En ese entonces estábamos en Nueva York.
Hay días en que no conversamos ni una sola palabra. Él va para su trabajo. Yo para el mío. Luego llegamos, cada uno se baña y a dormir. En cambio hay otros, que no solo salvamos el mundo sino que también nos preocupamos de todos los mundos posibles. Amamos Stars Wars.
Somos como cualquier pareja. Ni más ni menos como cualquier pareja. Al fin y al cabo después de tantos años, en cuál de ellas perdura el amor.
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