domingo, 4 de diciembre de 2011

Me gustaba lo prohibido


Extraño la tibieza de esa patagonia fría. Y su mano recorriendo mi piel agrietada por el viento.  Extraño esos momentos que pasábamos juntos desde que llegaba hasta que llegaban mis padres.
Me buscaba en el pueblo, tenía un viejo auto que no recuerdo cual era, solo recuerdo que la patente terminaba en 111 como mi DNI y el día de mi nacimiento.
Los caminos eran más bien olvidables, secos, llenos de polvo. Pero una vez que llegábamos a la chacra entrabamos a un nuevo mundo. Me recibía con un mate amargo, y me encantaba con sus historias. Yo me sentaba a orillas del río y disfrutaba verlo correr entre los caballos que había heredado de mi abuelo.
Me llevaba a recorrerla a trote. Mostrándome los frutales nuevos, los animales que habían comprado y las novedades que suponía me interesaban. Pero no era así. Solo me gustaba su compañía. Los relatos de un año, que eran extraños y maravillosos.
Cuando terminaba de bañarme lo encontraba esperándome  en el umbral de la puerta y ahí notaba todo.  La diferencia de edad, de costumbres, de experiencias. Pero me gustaba lo prohibido.
Cuando el verano terminaba juraba no volver a caer en la tentación que me producía su personalidad… pero cuando volvía al año siguiente seguía hipnotizándome con su simpatía y forma de ser y empezaba la historia, otra vez,  con el primer mate con el que me recibía.

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foto: Rita Saardi