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Armando se fue para poder a terminar con su historia. Un camino de ida que sabía que ya no tenía retorno. Armando nunca volvió a su casa, nunca más se supo de él. Dejó su trabajo en la municipalidad, no reclamó su último sueldo y a los muchachos de fútbol sin un siete bastante bueno.Su esposa sabía que él no iba a volver. Antes de irse le recordó una frase que solía repetir y a ella le molestaba:yo nunca me arrepiento de lo que hago.
Entonces infirió que el viaje no era para reconocer los errores cometidos, el viaje era para no reconocerlos más.
Ella lo espero el tiempo conveniente, luego junto su ropa, sus pocos libros y algunas pertenencias y las dejó en casa de un primo lejano con la precisa indicación de que si volvía que nunca más la buscara.
Con estos trámites molestos hechos comenzó a pensar en que hacer para seguir adelante con su nueva vida. Se miró al espejo al que tanto tenía abandonado. Se vio vieja. Lo primero que tenía que atender era el look. No volvió a la peluquería de siempre, cruzó la ciudad y buscó una de estas modernas que te cobran hasta el café que crees que te invitan. Salió castaña y con un corte que le sacaba unos ocho años de encima.
Cambió también su guardarropa. Se puso más pendeja. Se dio cuenta de lo mucho que le gustaba comprarse ropa.
Comenzaron a mirarla aquellos hombres que en el pasado no se fijaban en ella. Comenzó a salir. Encontró un nuevo novio. Viajó. Formó una familia.
Una tarde después de mucho tiempo caminando por la peatonal de alguna ciudad de la costa se cruzó con Armando. El era el mismo señor mayor que se había ido años atrás. Venía de la mano de una señora y llevaban una niña. Ella se vio mucho mejor y feliz que él. Cruzaron miradas pero no dijeron palabras.
Los ojos de él dijeron a gritos que estaba arrepentido. Los ojos de ella lo mandaron a la mierda.
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