domingo, 4 de diciembre de 2011

La secta y el sacrificio


Bella como solía aparecer  en esas noches la más pequeña de las hijas de Alejandro, al que todos llamaban el maestro, se acercó al centro del salón. Había llegado el momento justo. La divinidad aparecería esa noche y darían prueba de su devoción entregándoles a la joven.
El maestro no iba a estar presente, esta vez no sería capaz de presenciar el sacrificio, había entregado ya, a tres de sus hija pero con la menor su parte humana iba ejercer influencias y no sabía si podría dejarla morir.
Los inquisidores, como solía llamarlos en mis pensamientos,  la untaron con unas cremas aromáticas, y le pusieron una túnica celeste que la hacía más que angelical. Llenaron su cabello de aceite de coco. Y empezaron luego a entonar  cánticos medievales.
Me sentía en una mezcla de ritos. No sabía si estaba en la edad media. O estaba metido en un programa bizarro del estilo de Documentos América.
Lo cierto es que quería  una nota inédita y me fui adentrando en este mundo de las sectas y de allí me ha costado mucho salir. He experimentado sacrificios rituales de animales pequeños  que me produjeron  mucho asco: gallinas, gatos, hamsters, pero  esa noche debería presenciar la muerte de una persona, recuerdo que sentí nauseas todo el día, yo sería incapaz de permitir que maten a esa chica.
Mientras las luces se apagaban y la música sonaba más fuerte, los integrantes de esta secta comenzaron a aplaudir, lo hacían en clave de mambo… en tres dos, para que me entiendan. (tatata- tata )
Y Bella que ya estaba ubicada en el centro del salón, miró para el cielo. No tenía miedo. Había nacido sabiendo que sería sacrificada. ¿Cuántas vidas se abran cargado estos enfermitos? Me pregunté más de una vez.
El segundo del grupo, llamémoslo el ayudante, le acarició el pelo. Comenzó a hacerle girar la cabeza de derecha a izquierda y mientras tanto metía sus dedos en la melena oscura. Ella obedecía los estímulos de él. Y giraba o se movía como le solicitaba.
La vibración del aplauso que no cesaba, la música cada vez más fuerte y el baile de Bella generaban una energía que aún no puedo explicar.
Cuatro mujeres mayores se  acercaron, la pequeña dejó de bailar y levantó los brazos, entre ellas le sacaron la túnica y la dejaron completamente desnuda. Tendría catorce años, un cuerpo exuberantemente sexual. Jamás la había notado así. No tenía pelos, había sido preparada para la ocasión.  Otro cliché más, estos van a sacrificar a una virgen.
Colocaron sobre la mesa a la chica, desnuda, mirando el techo pintado como una burda copia de las capillas del renacimiento. Se acercaron al que hoy oficiaba de líder y también le quitaron la túnica. Pude observar para mi asombro que también estaba desnudo y depilado. Estaba erecto, supongo que excitado por la belleza de la chica. Como voy a decir supongo, seguro que era por eso, si yo, a una distancia de varios metros y mirando la escena con bronca y miedo me sentí excitado también.
También se colocó en la mesa y comenzó a juguetear en el cuerpo de ella que pareciera no tener miedo. Yo si lo tenía, recuerdo que mire mi reloj, la hora estaba llegando, como lo tenía planeado me fui despegando del grupo y me acerqué  a la ventana más grande del salón, todos estaban entrando en estado ritual, nadie prestaba atención a mis actos. Destrabe las ventanas como habíamos quedado. Y me alejé. Aun no había violado a la niña, parecía excitarse más y más cuando jugaba con ella.
De repente sentí un estruendo, gritos y movimiento. La policía entró  armada, algunos vidrios volaron por el golpe, la gente intentó correr, el encargado del ritual fue detenido y se llevaron a la niña tapada con una manta.
La secta se desbarató, muchos fueron detenidos,  yo fui testigo y  mi nota salió publicada. Sin embargo por las noches, mientras duermo,  vuelvo a sentir las palmas, la música ritual y la imagen de la niña en mi retina. Dicen que es porque la divinidad se había presentado. No lo sé, no pude distinguirla. Quizás alguna vez pueda olvidarme de todo. Por lo pronto de vez en cuando y sin entender el por qué sacrifico a un pequeño animal. Y palmeo en clave de mambo cuando tengo la imagen de Bella en mi memoria.

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foto: Rita Saardi